Wind in Our Hair (Lynne Sachs)
Screening at Ciné Doré, Filmoteca Española, Madrid, Spain
March 10, 2018
Original review in Spanish: http://www.cinemaldito.com/con-viento-en-el-pelo-lynne-sachs/
Written by Pablo Castellano Garcia
Translation by Ana Almeyda-Cohen and Maria Scharron
Inspired by Julio Cortázar’s short stories House Taken Over (Casa tomado, 1951) and End of the Game (Fin del juego, 1956), Lynne Sachs has created Wind in Our Hair (Con el viento en el pelo, 2010), a film that explores the everyday lives of four girls. Girls being girls, they carry themselves with the spontaneity that only joy can bring, and which probably will never come back. This easiness seems to derive from the sensation or belief that playing will never end. It is as if they are able to bug and annoy everybody around them without any major repercussion but a light smack. By revealing flashing images of contemporary Buenos Aires, Lynne Sachs presents four girls who reminded me of Gummo’s Bunny Boy (Harmony Korine, USA, 1997), but instead of cars they have trains, and instead of pure decadence these girls project pure life. All four girls dress up in order to see life pass them by. It is in this kind of irrational search for the contrast between stillness — as much physical in its statue-like pose as psychic — and the interruption of life the play entails. The adult world is suggested by the brute images and sounds of the passing trains. From the train, a boy who want to meet them observes the young girls and transforms their world.
Lynne Sachs then establishes three voyeuristic relationships given by different observers who are at different levels. The first relationship, which takes place within the narration, relates to the correspondence established between the statues—the girls understood as characters in the game that they are playing, and not as much as girls understood in the terms established by adults—and the boy who observes them daily. This relationship is mediated by idealization, love and a feeling of belonging to the same group / world. The second relationship, as I have already stated, operates on a different level, one that concerns the bond generated between the characters and the film director. This relationship, points to a common artistic end, and is also a confrontation, since there is always a camera following the girls, and one adult that interferes with what is supposed to be a private game.
In contrast, (we also saw) Same Stream Twice (USA, 2012), another piece by Lynne Sachs in which the game that the girl is playing, (the girl is Maya Street-Sachs the artist’s daughter and also protagonist of the film being reviewed), is designed in advance to show a protagonist who is not afraid to hide her true condition or artifice, that of “performing for the camera”. Therefore there is complicity and an implied pact. It is quite different in Con viento en el pelo in which the camera movement, whose flow it seems is going to crack at any moment, becomes perverse.
Third, and much more crazy and perverse is the relationship between the characters and the viewers. At this level, where there is neither desire nor inclination to produce a whole artistic piece, the union is reduced to the abandonment of the adult who, in having the possibility of feeling bored, in the case of some, or the need to desperately seek knowledge or aesthetic feeling, in the case of others, takes the option of putting their life in parenthesis to observe without being observed. In the three types of relationships mentioned, we are the only observers that the girls cannot see—unfolding ourselves in the world through the play of these girls who ignore us and whose privacy is violated without even being able to defend themselves. In the three levels of relationship described, the audience is the only subject that observes but is not observed back by the girls. We are able to watch these girls — who ignore who we are and whose intimacy is transgressed — playing and not being able to defend themselves from being observed. At this crossroad of simple elements, Lynne Sachs manages to combine the intimacy of the movie theater with that of a children’s game in the same space, and at the same time, as the only way of making a sincere reconciliation with an already disappearing childhood.
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Tomando como apoyo Casa tomada (1951) y Final del juego (1956), ambos cuentos de Julio Cortázar, Lynne Sachs construye con Con viento en el pelo una obra que explora el día a día de cuatro niñas que, como niñas que son, se encuentran en ese período en el que se pueden permitir tanto desenvolverse en el mundo con la naturalidad que produce el sentimiento —que luego ya no vuelve— de felicidad que deriva de la sensación de tomar el momento del juego como eternidad, como el tocar las pelotas a todo cristo sin tener repercusión alguna más allá de la hostia light. Es así como, revelando de manera intermitente imágenes del Buenos Aires contemporáneo, Lynne Sachs nos presenta a este grupo de niñas que, como el niño-conejo de Gummo (Harmony Korine, EEUU, 1997), pero cambiando los coches por trenes e invirtiendo la decadencia de este por la aceptación pura de la vida, se disfrazan para ver la vida pasar. Es en esta especie de búsqueda irracional del contraste entre la quietud, tanto física en su pose de estatua como psíquica en esa interrupción de la vida que supone el juego, y la velocidad bruta del mundo adulto que les ofrecen la imagen y el sonido del tren que pasa, en la que las crías serán observadas por un chico que querrá entrar en su mundo, aunque sea para transformarlo.
Lynne Sachs establece entonces tres relaciones de carácter voyeurístico dadas por diferentes observadores que se encuentran en diferentes niveles y que fijan su retina en las niñas como único elemento observado. La primera de ellas, que tiene lugar dentro de la propia narración, se correspondería con la correspondencia que se establece entre las estatuas —las niñas entendidas como personajes del juego en el que participan, y no tanto como niñas en plan término medida establecido por el adulto— y el chico que las observa diariamente, quedando mediada la relación por la idealización, el amor y el sentimiento de pertenencia a un mismo grupo o mundo. La segunda relación, que como decía arriba afecta a otro nivel, atañe al vínculo que se genera entre las intérpretes y la directora. Esta relación, que tiene su base en el interés de señalar a un mismo fin artístico, supone un choque en el sentido de que ya tenemos a una cámara que las sigue en todo momento, a un adulto que se entromete en ese juego que se entiende como algo privado. A diferencia de otra obra de Lynne Sachs, Same Stream Twice (EEUU, 2012), en la que el juego de la niña —Maya Street-Sachs, hija de la artista y protagonista también de la película que aquí se reseña— está diseñado de antemano para mostrar su carrera alrededor de la cámara como producto que no quiere ocultar su condición de “ser para la cámara” y de artificio, y en el que por lo tanto hay complicidad y se presupone el pacto, el seguimiento de la cámara de Con viento en el pelo, que parece que en cualquier momento va a resquebrajar el flujo que registra, resulta perverso. En tercer lugar, y mucho más perversa y loca que la anterior, surge la relación que une a personajes y espectador. En este nivel, donde no hay ni deseo ni inclinación de producir como un todo una pieza artística, la unión queda reducida al abandono del adulto que, en su tener la posibilidad de sentir el aburrimiento, en el caso de algunos, o la necesidad de buscar a la desesperada el conocimiento o el sentimiento estético, en el caso de otros, toma la opción de poner entre paréntesis su vida para observar sin ser observado —en los tres tipos de relación enunciados, somos el único sujeto observador al que las niñas no ven— el desplegarse en el mundo mediante el juego de esas niñas que nos ignoran y cuya intimidad es vulnerada sin ni siquiera poder defenderse. Y es así como, con este cruzarse tantas cosas a partir de elementos tan sencillos, Lynne Sachs consigue juntar la intimidad de la sala de cine con la del juego infantil en un mismo espacio y en un mismo tiempo como única vía de reconciliación sincera con la infancia ya pasada.